¿Seguimos necesitando Un Cuarto Propio?
Por Belén Andrada
"Puedes cerrar todas las bibliotecas que quieras, pero no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente."
Virginia Woolf
Virginia Stephen nació en Londres en el año 1882 en una familia adinerada y progresista. Si bien en esa sociedad aún las mujeres no tenían acceso a los espacios formales de educación, sus padres se ocuparon de que ella y sus hermanas recibieran una educación de calidad. En el año 1905, Virginia junto a su hermana y dos de sus hermanos, que estudiaban en la Universidad de Cambridge, se mudaron al barrio de Bloomsbury. Allí comenzó a frecuentar un grupo de intelectuales con ideas liberales, pacifistas, ecologistas y feministas(*) donde conoció a quien se convirtiera en su marido en 1912, Leonard Woolf, de quien Virginia habla con mucho cariño en varios de sus escritos.
Para el año 1928, Virginia Woolf era una escritora consolidada y reconocida. Ya había publicado, entre otras cosas, Mrs Dalloway y Al Faro, obras emblemáticas de la innovación modernista. Ese año la invitaron a dar dos clases para las (pocas) estudiantes mujeres que concurrían a Cambridge. Lo que escribió para esas lecciones fue luego editado y convertido en el libro que hoy conocemos como “Un Cuarto Propio”, publicado un año después en la imprenta que ella y su marido fundaron en su propia casa (Hogarth Press).
“Un Cuarto Propio” es uno de los primeros libros de crítica feminista. Si bien es una obra de no-ficción, y eso puede ser intimidante, al haber sido pensado originalmente como una clase su lectura resulta muy amena. La autora nos lleva plácidamente por un recorrido de conceptos, revisiones históricas y análisis literarios de tal manera que puede prácticamente verse la construcción paso a paso de las ideas presentadas en el libro. Virginia Woolf era una aguda observadora de la realidad, con un sentido del humor que se deja ver en más de una ocasión a lo largo del texto y poseedora de un optimismo que lo permea todo. El libro es breve y recomiendo enfáticamente su lectura para cualquiera que disfrute de la crítica social y literaria, que desee aprender algo de la historia de las mujeres y que disfrute de los recursos literarios en todas sus formas. En este pequeño y humilde escrito quiero hacer foco en algunas de las cosas que más quedaron resonando en mi mente en mi reciente relectura de esta clásica obra feminista y que, para mí, hacen que mantenga su vigencia casi cien años después de su publicación.
A Virginia Woolf le pidieron que diera unas clases sobre “mujeres y literatura”. Ella tomó ese simple emparejamiento de palabras y lo desarmó magistralmente en sus partes constitutivas, a su vez, entrelazadas. En el ensayo, Woolf habla brevemente de la representación de las mujeres en las obras de ficción (escritas mayormente por hombres) señalando el abismo que separa a esos personajes trágicos, sublimes o heroicos de las mujeres reales que son en su conjunto relegadas a la intrascendencia. También diserta sobre la enorme cantidad de ensayos o textos académicos que tienen a las mujeres como objeto de estudio y se sorprende incluso de que cualquier hombre, independientemente de sus cualificaciones o de si tiene formación académica alguna, se siente con pleno derecho de analizar e interpretar a las mujeres. Sin embargo, es claro que su mayor interés está en el rol de las mujeres como escritoras, tema atacado por varios frentes, algunos de los cuales señalaré a continuación.
El título del libro está vinculado con la tesis principal de su ensayo: para que una mujer pueda escribir necesita un cuarto propio y una cierta suma de dinero anual. Estas cosas no eran accesibles para la mayoría de las mujeres contemporáneas de la autora y sigue habiendo al día de hoy muchas mujeres que no pueden acceder a ellas. Cuando Woolf dice que “la libertad intelectual depende de cosas materiales”, nos confiesa que sabe que su propia libertad intelectual es posible gracias a su posición económica privilegiada. A mí, además, me gusta leer allí una invitación a identificar (y cuestionar) cuáles son nuestros privilegios.
Otro impedimento que enfrentaban las mujeres de esa época se ilustra sutilmente a través de uno de los personajes ficticios a los que recurre la autora a lo largo del ensayo. Cuando este personaje, una alumna universitaria, se encuentra con que no tiene permitido el acceso a la biblioteca de la universidad sin la autorización o compañía de un hombre, se da media vuelta, se va indignada y resuelve que jamás volverá a ese lugar. Este sencillo ejemplo alcanza para ilustrar cómo la cotidiana desigualdad en la que vivimos nos aleja violentamente de nuestros intereses, ya sea la escritura o cualquier otro. Si bien es cierto que ya no tenemos problemas exactamente como ese (al menos en Buenos Aires siendo de clase media en el año 2020) me pregunto si logramos despojarnos totalmente de esa historia. ¿Cuántas veces la indignación causada por la desigualdad nos paraliza, nos saca de nuestro eje, nos cierra puertas? ¿De cuántas cosas nos privamos, cuántas ideas abandonamos, cuántos proyectos no perseguimos por sentir que no tenemos permiso, que no es nuestro lugar, que no nos corresponde?
Aún hoy seguimos intentando abrirnos camino en un mundo construido mayormente por hombres. Eso era mucho más dramático en la época de Virginia Woolf, donde las mujeres en Inglaterra acababan de conquistar el derecho al voto y a ejercer una profesión. Sin embargo, ella fue capaz de distanciarse, aunque sea por un instante, de los problemas bien tangibles que aún apremiaban a las mujeres para preguntarse si las formas de la literatura serían las mismas si las mujeres hubieran hecho su contribución a la par de los hombres a lo largo de la historia. A mí este planteo me parece de una brillantez extrema. Sí, las feministas solemos fantasear con lo diferente que sería el mundo si tuviéramos nosotras la sartén por el mango, aunque a lo que aspiremos realmente sea a la igualdad. Pero en general, lo que imaginamos es cómo cambiarían las cosas en el mundo que ya habitamos. Nunca se me hubiera ocurrido llevar esa línea de pensamiento a la sutileza de que si las mujeres hubiéramos contribuido equitativamente desde el principio de los tiempos a forjar la realidad, podría haber sido todo dramáticamente diferente(**). Incluso las cosas que tal vez nunca nos cuestionamos, como las formas de la literatura. Novelas, cuentos, poesía… ¿serían iguales? ¿Existirían siquiera? ¿Qué otras formas literarias podríamos haber concebido? Entonces, encontrar nuestro espacio en la sociedad construida por hombres es difícil no sólo porque no tenemos lugar, sino que, además, tenemos que adaptarnos en todas las áreas a las formas concebidas por ellos.
Como en 1847 no estaba bien visto que las mujeres fueran escritoras, Charlotte Brontë publicó Jane Eyre (que también recomiendo) bajo un seudónimo masculino, herramienta que también usaron sus hermanas y que 150 años más tarde (en 1997) le permitió a J. K. Rowling, después de muchos intentos, publicar el primer libro de Harry Potter: eliminando su nombre femenino y dejando la ambigüedad en dos iniciales, que la gente asumirá que son masculinas. Si bien Jane Eyre se inscribe en un formato literario creado por hombres, es la primera novela que se enfoca en el desarrollo moral y espiritual de su protagonista. Charlotte Brontë encontró su propia manera de rebelarse contra la forma establecida y trajo al mundo toda una nueva rama literaria. En “Un Cuarto Propio”, Virginia Woolf hace una crítica de Jane Eyre donde argumenta que las limitaciones a las que se ve sometida la autora por su condición de mujer se filtran en las voces de sus personajes y que esto ocurre a pesar de la autora y en detrimento de la propia obra. Se pregunta, Virginia Woolf, cuánto mejor sería la producción literaria, y artística en general, agrego yo, de las mujeres si no se viera ensombrecida por los sentimientos de opresión, enojo y angustia inherentes a la condición de desigualdad en la que viven (vivimos). Y si bien, en un sentido abstracto, los sentimientos que podríamos catalogar como negativos pueden ser grandes disparadores de conmovedoras obras de arte y nunca podremos emanciparnos de ellos, el punto clave aquí es que estos en particular (los que tienen que ver con ser personas por debajo de la condición de plena humanidad) no tendrían por qué existir. Sin embargo, no sólo existen si no que, además, es de vital importancia, como dice -y hace- la misma Virginia Woolf, que las mujeres escriban a pesar de eso. No es importante hacerlo a la perfección, ser brillante o escribir una obra revolucionaria. Lo que importa es ir ocupando espacios.
Este es uno de los mensajes más importantes, para mí, de este libro. Sobre todo porque puede extrapolarse mucho más allá del ámbito de la literatura. Las mujeres pioneras, en el área que sea, no la tienen fácil. Deben superar impedimentos concretos para hacer lo que quieran hacer y, si lo logran, soportar estoicamente las críticas más despiadadas. Esto es independiente de si son realmente buenas o no en su disciplina. Es evidente que hay que tener una personalidad muy peculiar para lograrlo. Por todo esto me parece necesario reconocer a las mujeres que van forjando nuestra historia; enfatizar y difundir el legado femenino. Porque al día de hoy, muchas siguen siendo pioneras. Y quienes no son las primeras en algo, no tienen menos mérito: están sentando las bases de lo que vendrá y moldeando un futuro más igualitario en cada paso que dan. Todavía estamos construyendo ese camino hacia la plena libertad y nos está costando mucho.
(**) Este planteo es, quizás, demasiado abstracto y, alguien podría argumentar, un poco inconducente. Además, sería muy injusto ignorar que sí hubo mujeres que participaron activamente en diversas disciplinas, en mayor o menor grado y en diferentes épocas. Sin embargo, está claro que esas contribuciones no se dieron de manera equitativa (palabra clave en el argumento) y nunca fueron reconocidas como es debido.
La imagen de la portada es un recorte de la ilustración de tapa de la edición del año 2013 de Un Cuarto Propio por Penguin Random House y la autora es Becca Stadlander.