Ecofeminismo: puentes entre el ambientalismo y el feminismo

Agosto 2020

Entrevista a Florencia Cicchini

Entrevistamos a Florencia Cicchini, bióloga egresada de la UBA. Actualmente es maestranda en Ciencias de la Sostenibilidad en la UNAM (México), donde además realiza un Diplomado en Género, Desarrollo y Sustentabilidad. Hablamos con ella sobre ecofeminismo, las desigualdades que aparecen en torno a las problemáticas ambientales, y cómo incorporar la perspectiva de género a las políticas ambientales para construir alternativas a los modelos de producción y desarrollo actuales.

CF: Gracias por sumarte a esta entrevista. ¿Tenés ganas de presentarte y contarnos quién sos, a qué te dedicas con tus palabras?

Flor: Qué pregunta existencial en este momento, ¿no? Bueno, gracias por invitarme y por el interés en charlar de estos temas. Yo soy Florencia Cicchini, estudié Licenciatura en Biología tratando de incorporar la perspectiva social a las cuestiones ecológicas.

Trabajé tanto en investigación como en docencia y en gestión ambiental y actualmente vivo en Ciudad de México. Estoy haciendo una Maestría en Ciencias de la Sostenibilidad en la UNAM. Mi tema de investigación es sobre ecofeminismo en líneas generales, pero particularmente estoy analizando una política ambiental, la política climática desde una perspectiva feminista. La idea es incorporar e integrar lo que se sabe actualmente de la relación entre género y bosques en México y a partir de eso hacer un análisis feminista de una política de reducción de emisiones por deforestación.

CF: ¿Querés contarnos qué es el ecofeminismo?

Flor: Primero, creo que está bueno plantear que el ecofeminismo no es uno solo. Así como dentro del feminismo hay un montón de corrientes teóricas, dentro del ecofeminismo también. Pero en líneas generales, son básicamente feministas que incorporan las preocupaciones ecológicas a la lucha, a partir de ver que las distintas formas de exclusión e injusticias del sistema están conectadas. Por ejemplo, la destrucción e instrumentalización de la naturaleza por un lado, y por el otro, la subordinación y la violencia hacia las mujeres que nos asigna principalmente a realizar tareas de cuidados, que no son remuneradas ni valoradas. Entonces el ecofeminismo es el reconocimiento de que no se puede luchar contra una injusticia y dejar de lado otras, porque están interconectadas. Hay que hacer frente al capitalismo neoliberal, al patriarcado, al racismo, al imperialismo, y tener siempre una mirada integral de estos temas. Además, algo que me parece clave es la necesidad de repensar y transformar la forma en la que nos relacionamos entre las personas y el entorno natural.

CF: ¿Sería hacer un paralelismo entre los reclamos del feminismo y el ambientalismo?. ¿Es importante encargarse de estos temas en conjunto para establecer un puente?

Flor: Creo que la clave es no sólo pensar que el feminismo tiene que incorporar las demandas del ambientalismo y del ecologismo popular o al revés, como si fuese simplemente una sumatoria, sino contemplando estas demandas como un todo. Es pensar, por ejemplo, en la distribución de los recursos, de los derechos ambientales y las responsabilidades para entender cómo los problemas ambientales pueden caer desproporcionadamente sobre determinadas poblaciones. Lo podemos pensar desde el acceso a la tierra. Vemos desde países donde ni siquiera está garantizado el derecho de las mujeres a acceder al terreno, hasta otros donde sí lo está, aunque son mucho más los varones dueños de la tierra que las mujeres. Eso a la hora de proveer alimentos y proveer seguridad frente a cambios en el mercado, entre otros factores, va a marcar una determinada desigualdad.

CF: ¿Y cuáles son las desigualdades que aparecen en torno a las problemáticas ambientales?. Ya no solamente entendidas como disparidades de género, sino entre países entendidos como “desarrollados” y en “vías de desarrollo”.

Flor: La demanda de justicia ambiental surge planteando las desigualdades en relación a las problemáticas ambientales. Y particularmente, uno de los reclamos es el tema que gira alrededor de la contaminación. ¿Qué es? Por un lado, quienes tienen más dinero, por sus modos y hábitos de consumo generan más residuos y son responsables de un mayor grado de contaminación. Y esa mayor polución a la vez recae desproporcionadamente sobre quienes menos tienen y, por lo tanto, menos contaminan. Este reclamo surgió con fuerza recientemente en Estados Unidos. De hecho, se mezcla con el racismo, puesto que son lxs blancxs quienes más contaminan, y la comunidad afrodescendiente es quien sufre de forma desequilibrada esa contaminación. Y después, a nivel mundial hoy se habla de la deuda ecológica que tienen los países del norte para con los países del sur. Básicamente por el extractivismo y el saqueo de los bienes comunes y recursos naturales. También por el comercio ecológicamente desigual y otros aspectos como la “biopiratería”, que es justamente tomar conocimientos ancestrales y/o componentes activos de plantas nativas de una región específica, que son utilizadas por pueblos originarios, para luego patentarlos y distribuirlos como cosmética “natural” por parte de empresas que no reconocen ni de dónde vienen esos conocimientos ni esa materia prima.

De hecho, si pensamos en mapas de distribución, la pobreza se ve claramente asociada a las zonas en donde hay mayor contaminación, mayor devastación ambiental. Y ahí es donde justamente podemos ver que están muy relacionadas la justicia ambiental con la justicia social.

CF: Quizás un poco relacionada con la pregunta anterior. ¿Qué relación crees que hay entre las comunidades originarias latinoamericanas, el ecofeminismo y los movimientos ambientalistas?

Flor: Quizás no soy la más indicada para establecer esa relación, pero me parece importante resaltar que los pueblos originarios también tienen sus diferencias. No son todos iguales ni son universalizables. Pero sí me parece que es importante rescatar que existe una conexión interesante con el ecofeminismo, más allá de que tal vez muchas mujeres de esos pueblos no se reconozcan como ecofeministas, luchan por la defensa de su territorio y el ambiente a la vez que enfrentan las propias lógicas patriarcales que las rodean. Al respecto, hay un trabajo que a mí me resultó muy interesante, que es el de una filósofa mexicana Aimé Tapia González, que rescata las conexiones entre el ecofeminismo y los movimientos indígenas de mujeres. Uno de los aportes que hacen estos movimientos de mujeres indígenas al ecofeminismo es el del pensamiento comunitario, frente a un pensamiento individualista impuesto por el neoliberalismo. Y obvio, el reclamo y también la crítica a los propios feminismos occidentales que muchas veces dejan de lado las particularidades de las mujeres indígenas. También la vinculación de la mente con el cuerpo, frente a una separación, una jerarquización de la mente por sobre el cuerpo, típica de nuestras sociedades. Adicionalmente, traen a la discusión la ética biocéntrica que tienen muchos pueblos indígenas en contraposición a una ética antropocéntrica. Es decir, la idea de quitar del centro al ser humano como si estuviera por encima del resto de las especies que habitan este planeta y posicionar a la vida y el ecosistema.

CF: Yendo un poco al panorama actual, ¿creés que las desigualdades que charlabamos antes se vieron profundizadas durante la pandemia?

Flor: Quizás una buena forma de pensarlo es teniendo en cuenta que la pandemia viene de un virus de origen zoonótico, entonces la emergencia de estas nuevas enfermedades está muy relacionada con la degradación ambiental. Y es algo que muestra la estrecha relación y vinculación que hay entre la salud ambiental y la salud humana. Si lo llevamos al plano de los cuidados (que justamente la crisis de los cuidados es uno de los temas que más se trabaja desde el ecofeminismo) podemos pensar que, efectivamente, la situación actual profundiza las desigualdades. Por ejemplo, al poner a cargo principalmente (por la distribución socialmente construida, que no se debe a un factor biológico) a las mujeres para que garanticemos la educación dentro del hogar o los cuidados en relación a la salud que hay que tener en estos momentos. Dada esa distribución desigual previa, creo que justamente lo que impone la pandemia actual las viene a profundizar.

CF: Y en este contexto de pandemia, ¿creés que puede cambiar nuestra manera de producir, buscando otro modo de consumir y a su vez poder generar otra relación con el ambiente?

Flor: Yo creo que en términos sistémicos, o sea, de la transformación que necesitamos en la producción y reproducción, el consumo está en disputa. Es difícil de pronto en estas condiciones, donde no nos podemos encontrar fácilmente y no podemos movilizarnos para lograr que la nueva normalidad no se parezca tanto, o no sea peor que la vieja normalidad. Pero sí creo que quizás hay algunas cosas que son interesantes y que está bueno rescatar y tratar de reforzar. Algo que notaron muchas organizaciones de campesinxs es que durante la pandemia subió mucho la demanda de productos agroecológicos comerciados directamente por los pequeños productores y productoras. Y el aumento de esta demanda viene por parte de quienes vivimos en las grandes ciudades que buscamos un alimento que sea sano y que además tenga detrás un trabajo digno y precios justos. Yo creo que esta mayor conexión con lo natural empezó a aparecer en la ciudad al darnos cuenta de que por estar todo el tiempo metidxs en nuestras casas la cantidad de residuos que producimos es enorme. Ojalá que eso ayude efectivamente a empezar a problematizar un poco más la relación que tenemos con nuestro entorno y no sólo provocar cambios a nivel individual, sino también que eso nos lleve a motorizar cambios colectivos que son súper necesarios.

CF: Como decías, para crear cambios colectivos, necesitamos cierto tipo de comunicación y encuentros que en estos tiempos de pandemia quizás son difíciles de generar.

Flor: Respecto a eso, estuvo circulando bastante el tema de las consecuencias ecológicas y ambientales del aislamiento y la reducción de la movilidad, que me parece que está bueno tomarlas. Es verdad que se redujo mucho la emisión de gases de efecto invernadero, principalmente de dióxido de carbono asociado a la baja en las actividades industriales y del transporte principalmente. Más o menos, se estima que se redujo un 8% a nivel mundial, lo cual podríamos celebrar porque efectivamente es la disminución de emisiones que deberíamos respetar para mantenernos dentro del límite de calentamiento global de 1,5 grados. Pero por otro lado, las mismas estimaciones plantean que con la reactivación de la economía, esas emisiones se van a recuperar y que el balance global no va a ser muy distinto al que se esperaba sin pandemia mediante (basada fundamentalmente en las actividades industriales con combustibles fósiles). Reducir emisiones, por ejemplo, de gases de efecto invernadero tiene que darse en un marco y a través de medidas que garanticen que no se va a potenciar la desigualdad, ya sea social en términos generales, económica, y de género. Pero hoy vemos que esa disminución en las emisiones se dio por un cierre abrupto que dejó a muchas personas sin poder trabajar, sin ingresos económicos. Y tampoco es algo que podamos festejar. Hay que tenerlo en cuenta para poder transitar hacia esas nuevas formas de producción que necesitamos de manera inclusiva y que no dejen a nadie afuera.

CF: Con respecto a esto, siempre se hace hincapié en el rol individual de cada ciudadanx en la lucha contra el cambio climático (en acciones como disminuir o suprimir el consumo de carne, el reciclaje en casa, optar por medios de transporte de movilidad sostenible, etc). Pero ¿cuál es el rol que le cabe a los Estados? ¿los cambios estructurales necesarios pueden ser hechos por la sociedad civil o se requiere del peso estatal?

Flor: En relación a las responsabilidades individuales, me parece oportuno mencionar que creo que son importantes esas acciones, pero no hay que dejar de tener en cuenta que esos números que nos marcan todas las emisiones de gases de efecto invernadero derivan de los hábitos de consumo. El 50% de esas emisiones viene del 10% más rico de la población. Entonces cada quien obviamente puede evaluar cuánto le corresponde reducir su huella de carbono, su huella ecológica. Pero hay que tener en cuenta esa desigualdad estructural a la hora de ponderar las responsabilidades.

Teniendo en cuenta este panorama, me parece que se pone en evidencia la necesidad y la importancia de la acción desde el Estado, desde los Estados, y también a nivel global. El rol estatal es muy importante, pero a la vez la sociedad civil es fundamental para, justamente, pelear en pos de que se corra la reproducción del capital del centro de la toma de decisiones y sea reemplazada por la idea de la sostenibilidad de la vida humana y no humana y el buen vivir. Y ahí entra el rol de los movimientos sociales que es fundamental, y en particular creo que el feminismo tiene muchísimo para aportar en este sentido, a la hora de pensar en transformar los sistemas de producción y consumo.

Sé que hay muchísimas acciones que se deberían implementar de forma urgente en los gobiernos. Considero clave la creación de sistemas nacionales e integrales de cuidados, las reformas impositivas, sobre todo en América Latina, que es la región más desigual del planeta. Últimamente se está hablando en todo el mundo de implementar el impuesto a la riqueza, que a la vez permita garantizar salarios universales para reconocer tanto las tareas no remuneradas, como aquellos trabajos que sólo son valorados de forma acorde desde la perspectiva de la economía social y solidaria. Después, en relación a los alimentos que hablábamos antes, el fortalecimiento de la agricultura familiar y campesina, que es la que provee alrededor del 80% de los alimentos a nivel mundial. Se podría garantizar el acceso a la tierra y por ejemplo, fomentar que sea la economía campesina y familiar la que abastezca al sector público, se me viene a la cabeza en los comedores escolares. Creo que en este contexto, en el que a nivel mundial los Estados están interviniendo en muchos casos para rescatar empresas, me parece oportuno establecer determinadas cláusulas ecológicas que busquen justamente avanzar hacia modos de producción que sean menos dañinos para el ambiente. Hay un montón de otras cosas, como la transición energética hacia fuentes de energía que sean renovables y que que no estén basadas en el carbono. Y que a la vez se garantice el acceso a la energía de forma equitativa, cosa que hoy en día no pasa. Porque la matriz energética también es súper desigual. Y obviamente, debería haber un fortalecimiento de la propia normativa ambiental que ya existe y que en muchos casos es buena, pero que sin embargo no se respeta, queda inutilizada o incluso no se actualiza; sé que ahora está en la agenda la Ley de Humedales. Por último, para poder avanzar también creo que es clave pensar en una planificación y diversificación territorial que se dé de forma democrática y equitativa, priorizando en el debate la voz de quienes están más afectadxs, tanto en términos económicos, sociales como ecológicos, para poder justamente tomar esas decisiones, transicionar a nuevos modelos de producción, reproducción y consumo que necesitamos.

CF: Algo que venimos escuchando mucho en el discurso público es cómo se habla del desarrollo, la idea dicotómica que se tiene del mismo, como si la discusión fuera desarrollo económico vs. sustentabilidad, ¿esto es verdad?

Flor: Me parece que, por un lado, el concepto de desarrollo como visión hegemónica, es economicista y se mide sólo en función del PBI, el Producto Bruto Interno. Esta concepción reduccionista es incompatible con la sustentabilidad ambiental y con la justicia social. Yo creo que es más adecuado hablar de desarrollo sustentable, pero que igualmente es necesario llenarlo de contenido (porque es un término que surge a fines de los ‘70 y que, si bien busca integrar la dimensión económica con la social y la ambiental, hoy en día está vacío de contenido y es muy poco claro). Entonces, lo que vemos actualmente es que a cualquier cosa se le pone “desarrollo sustentable” porque es lo políticamente correcto y entonces no se trastocan las lógicas de fondo que producen esa desigualdad y esa erosión ambiental. Y estaría bueno que también contemple esta idea de que, como demostró la pandemia, la salud ambiental y la animal están completamente relacionadas a la salud humana. Entonces, si nos interesa nuestra salud, tenemos que resguardar las otras también.

Existen muchas corrientes de pensamiento que formulan, no desde una crítica al desarrollo, sino buscando construir alternativas a esta idea específica de desarrollo que es bastante occidental y economicista. Ejemplo, el planteo del buen vivir que se incorporó incluso en las Constituciones Nacionales de Ecuador y Bolivia, que recupera la visión andina, sobre todo de esta relación con el entorno no humano y natural de una forma no jerárquica. Pero incluso en esas alternativas ha habido y hay una tensión en relación al extractivismo. En muchos casos es difícil salir de este razonamiento de “bueno, para dejar a un lado el extractivismo necesitamos extractivismo por un tiempo más”. Obviamente, como con los recursos nacionalizados, todas esas ganancias deberían quedar en las economías nacionales o locales, pero incluso ahí hay una tensión fuerte y yo creo que o ninguno, o muy pocos países a nivel mundial la han podido resolver. Y es básico ponerle cabeza a eso, porque si no estamos siempre en la misma historia, sólo que agregándole la palabra “sustentable” al final. O sino “desarrollo humano”, “desarrollo integral”, pero al final es cosmético el asunto.

CF: Teniendo en cuenta todo el suceso de las granjas de cerdos que se está hablando ahora sobre el acuerdo entre China-Argentina, ¿mo podemos hacer en nuestro país con la crisis económica que nos sobreviene para aumentar la producción sin caer en la destrucción del ambiente?

Flor: Sí, creo que es complejo y a la misma vez necesario tratar estos temas. Si no, con la excusa de la inmediatez dejamos a un lado la necesidad de planificar a mediano y largo plazo. Y para arreglar nuestros problemas estructurales es indispensable pensar los proyectos en esta línea. Quizás en el camino haya medidas que parezcan que se alejan de un determinado horizonte, pero sí están enmarcadas en metas concretas, acordadas de forma democrática y con la intervención de distintos actores, no sólo aportando su voz y opinión, sino también participando activamente en el proceso decisorio, podremos finalmente salir de la misma lógica que han traído los problemas actuales.

Obviamente es complejo porque en Argentina (y la mayor parte de los países de Latinoamérica) tienen problemas con la balanza comercial en déficit de divisas extranjeras, tienen fuertes deudas externas, y en el caso de nuestro país es muy particular en este momento, por eso creo que es motivo de celebración haber llegado a un acuerdo que más o menos permita avanzar en el pago de la deuda sin caer en el default.

Pero sí creo que es importante justamente desde ahora, ya empezar a planificar cómo vamos a avanzar hacia modelos de producción y consumo que efectivamente contemplen lo ambiental y lo social, en particular las cuestiones de género, pero en líneas generales una perspectiva interseccional también. Siempre entendiendo que todas estas miradas son parte de un mismo enfoque integral y no pueden ir por separado.

CF: Y con respecto a eso queríamos preguntarte, desde la ciencia ¿cuáles son las críticas al modelo de producción? ¿qué es lo que se piensa del concepto de progreso?

Flor: Bueno, ahí creo que está bueno ir un pasito más atrás y pensar en la crítica feminista de la ciencia en general, exponiendo que todos los problemas relativos a lo social y a lo humano están atravesados por la desigualdad de género. Particularmente, la epistemología que toma el ecofeminismo es que las formas de conocer y de interpretar el mundo no son ajenas a la desigualdad de género. Y también cuestiona fuertemente la idea de objetividad, de universalidad del conocimiento, de racionalidad y neutralidad; defendiendo el conocimiento situado que es un reflejo siempre de las perspectivas de quienes lo generan. Entonces, el aporte del feminismo a los estudios socioambientales, justamente muestra los rasgos androcéntricos que estos estudios venían teniendo, como dejar de lado las categorías “mujer”, “género”, “patriarcado” a la hora analizar los problemas ambientales y ecológicos. Y continuando con la crítica feminista no solo a la ciencia sino también a la modernidad, se critica fuertemente estos dualismos jerarquizados sociedad-naturaleza, varón–mujer, mente-cuerpo.

CF: Volviendo al extractivismo, ¿no se rige también bajo lógicas patriarcales y de dominación? Así como las relaciones entre el hombre y la mujer, también entre el hombre y la naturaleza.

Flor: Sí, bueno, es un poco ponerse a ver cómo estas relaciones de poder tienen patrones comunes detrás. Deberíamos ver que las jerarquías que nos llevan a la opresión de las mujeres están reflejadas así mismo en la naturaleza al ser concebida meramente como un instrumento para satisfacer las necesidades humanas. El extractivismo, al ser la apropiación intensiva y masiva de los recursos naturales, se le suma en nuestro continente que sea a manos de capitales transnacionales y concentrados, impactando fuertemente sobre quienes poseen menos recursos y mucho más en quienes realizan las tareas de cuidados, como veníamos hablando. En la misma línea, en nuestra región, también ha llevado al corrimiento y hasta a la desaparición de las fronteras sobre territorios indígenas y nativos. Es válido desde el ecofeminismo y el feminismo ambiental criticar esta situación, pero de vuelta, existe una tensión en cómo salir de esta encrucijada, en el caso países como Argentina que tenemos justamente una matriz de producción fundamentalmente extractivista. ¿Qué hacer para superarla?

CF: Flor, muchas gracias nuevamente, ¿hay algo más que quieras agregar? ¿algún mensaje final para recapitular esto?

Flor: La clave un poco es esta idea de que es necesario que la perspectiva ambiental y la perspectiva feminista esté presente en todos los ámbitos, que sea transversal y que las abarque a ambas luchas. Y que para eso, el feminismo, el ecofeminismo, el ambientalismo popular, tienen muchísimo que aportar y que esta transversalidad tiene que darse tanto para generar conocimiento como para tomar decisiones y adoptar políticas públicas. En definitiva, tomar perspectivas más integrales y complejas sobre la realidad ambiental, y no unidimensionales basadas en cuestiones económicas como se rige hoy.

Fotografías: Ornella Silvestri